El presidente Chávez cumplió su juramento
Juró sobre una Constitución moribunda el ejercicio de su cargo y, cumpliendo exactamente con ese juramento, acabó con ella.
Acisclo Valladares Molina
Los loros neoliberales y otros sectores afines no llegan a comprender que
el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, no fue causa, sino efecto, la necesaria consecuencia de un sistema corrupto, incapaz de sostenerse.
El problema de fondo no es el populismo –los loros neoliberales no lo entienden– sino la pobreza: La falta de empleo, de educación y de salud, causas estas que llevan a que los pueblos se encandilen con los cantos de sirena –populismo– y que, en tanto no sean superadas, sucumban a sus notas.
Chávez no surgió de la nada –por algo así como “por emanación espontánea”–, habiendo habido razones más que suficientes para que se diera la reacción electoral que llegó a darse, reacción en contra del sistema que fue producto del hartazgo a tal extremo que de no haber surgido él, otro hubiera sido.
Resulta importante comprender que el presidente Chávez no engañó a nadie puesto que a lo largo de toda su campaña electoral dijo exactamente lo que haría y que fue exactamente lo que hizo cuando ya instalado en el poder después de haber seguido todos los pasos constitucionalmente establecidos para hacerlo: Acabó con el orden anterior e hizo surgir con el un orden nuevo.
Quienes creemos en las libertades liberales tenemos que resentirnos, necesariamente, con muchos de los aspectos del régimen que llegó a instalar el presidente Chávez pero, lo que no podemos olvidar, es que fue el régimen anterior lo que fue su causa, el necesario caldo de cultivo para que este régimen llegara a establecerse.
Chávez se expuso al voto popular y expuso –ante ese voto popular– errados o no –sus planteamientos– y ya instalado con ese voto en el poder llamó de inmediato a la elección de una Asamblea Nacional Constituyente, Asamblea soberana –sin límite alguno– y que bien hubiera podido, incluso, separarlo del poder.
¿Por qué no seguir en Guatemala los grupos que quieren una reforma constitucional, los pasos que dio Chávez (nada es gratis) someterse al escrutinio popular, ganar las elecciones y ya con la mayoría parlamentaria suficiente, realizarlas, sujetas a la aprobación del pueblo en consulta popular o convocar, si fuere el caso, a una Asamblea Nacional Constituyente, para hacerlas.
En Guatemala, la Asamblea Nacional Constituyente tendría un carácter estrictamente derivado y, en consecuencia, habría de limitarse a la reforma de los artículos para los que fuere convocada, limitación que no tenía en Venezuela, limitación que, sin embargo, es muy discutible ya que, siendo soberana no podría –son muchos los que así lo sostienen– sujetarse a limitación alguna, existiendo precedente en Colombia que, cuando convocada la Asamblea Constituyente para conocer tan solo de algunos artículos –soberana como es– emprendió la reforma, no solo de estos, sino de todos los que, soberanamente, dispuso reformar. Pero, en fin, volviendo al tema central de este artículo, comprendan quienes quieran reformar la Constitución que, para hacerlo, tienen que alcanzar, necesariamente, el poder parlamentario, tal y como lo comprendió, en Venezuela, lo alcanzó –y lo hizo– el presidente Chávez.
Antes de optar la vía electoral ya había intentado el presidente Chávez la toma del poder a través de un golpe de Estado y, posiblemente, si lo hubiera alcanzado entonces, todo hubiera sido distinto y su aventura habría quedado limitada a la suerte que, al final de cuentas, llega a tener todo cuartelazo: Ninguna.
La República Bolivariana de Venezuela tuvo su origen en la descomposición absoluta del régimen anterior, lo que hizo necesario un orden nuevo, orden que surgió siguiendo todos y cada uno de los pasos señalados por el orden constitucional agonizante que vino a sustituir: Tal su legitimidad –incuestionable.
¿Puede ilegitimarse la autoridad legítima por el ilegítimo ejercicio del poder? ¡Qué duda cabe! Sin embargo, tal fenómeno constituye un tema distinto del de este artículo, bastando señalar que la libertad es una, aunque tenga múltiples manifestaciones, libertad de conciencia, libertad de culto, libertad de asociación, libertad de industria, libertad de comercio, libertad de locomoción; libertad de emisión del pensamiento, libertad de hacer lo que la ley no prohíbe, libertad de acceso a la propiedad privada y que, atropellada una, se atropellan todas por lo que el caso de Leopoldo López no nos puede pasar inadvertido y debe llevarnos a todos –autoridades de la revolución bolivariana incluidas, las primeras– a la más profunda reflexión.
Irrespetado un ser humano, se irrespetan todos y no cabe que el Estado, simple instrumento, se arrogue primacía sobre aquel que vino a crearlo: Cada ser humano, un fin en sí mismo.
Estamos hoy, a veintidós días de elecciones: El domingo 25 de octubre, ni un día antes, ni uno después, fecha crucial para que pueda producirse el rescate del pacto de paz social que existe entre nosotros, la Constitución –no cumplida– de 1985, encerrada en el libro en el que pareciera aprisionada.
El presidente Chávez no fue causa, sino efecto. Debemos comprenderlo y jamás olvidarlo. Amén.