Solo nos queda la Fiscalía Especial Contra la Impunidad
Una comisión, sin dientes, en contra de la corrupción será una fachada más en un sistema que se sale de control.
Por: Estuardo Porras Zadik
Un excandidato presidencial se reúne con un cártel de la droga para planificar el asesinato de fiscales, y competidores suyos durante la contienda electoral. No es un episodio de la afamada serie de Netflix, Narcos, sino de la política guatemalteca en pleno siglo 21. Debo confesar que soy fanático de este tipo de series. Las he visto todas, desde los tiempos en los que la droga se trasegaba por el Caribe –recreados por el maestro de la pantalla grande Al Pacino en Scarface–, hasta los recientes, en los que la droga utiliza las rutas centroamericanas para llegar a la frontera estadounidense. Indiscutiblemente, estas series son entretenidas; sin embargo, no debemos sustraernos de su veracidad y de la forma tan explícita de definir la manera en la que este “negocio” opera y, más alarmante aún, cómo se sostiene en el tiempo, independientemente de los esfuerzos por detenerlo.
Estados Unidos es el consumidor por excelencia, responsable de la demanda de estas sustancias. Sin demanda no hay oferta. Mientras las drogas sigan siendo ilícitas y prohibidas, el crimen seguirá reinando en la cadena de suministro. Mientras siga existiendo esta enorme demanda, la oferta seguirá encontrando las rutas que la satisfagan. Sin control, el flujo de efectivo que generan estas operaciones rivaliza con los grandes consorcios empresariales, y hasta con el producto interno bruto de algunas modestas naciones. El poder adquisitivo que genera es apoteósico, capaz de corromper lo que sea necesario para mantener a flote el negocio. Porque solo corrompiendo el sistema, es que este negocio puede operar.
A diferencia de lo que muchos piensan, el narcotráfico no necesariamente fue el responsable de corromper a los gobiernos de los países en los que opera. Muy por el contrario, el narcotráfico encuentra en ellos tierra fértil: una clase política acostumbrada a ser lubricada por poderes fácticos históricos, en los que pocos sectores poderosos se salvan. Sobornar a congresistas para impulsar una ley en beneficio de un sector específico, abre la puerta de la corrupción a cualquier otro sector capaz de utilizar los mismos mecanismos. Recordemos que a los narcotraficantes les sobra el dinero y, en la mayoría de los casos, en cantidades superiores a las de otros sectores de la sociedad.
Basta con exponerse a la historia, una historia que las series de Netflix relatan muy bien, para ver la relación simbiótica entre el narcotráfico y los gobiernos. Pablo Escobar Gaviria, el famoso capo del cártel de Medellín, incluso intentó armonizarlos al incursionar en política él mismo. Los demás lo hacen a través de operadores incrustados en todos los poderes del Estado, que les permiten operar en total impunidad. Estas mañas han existido en el sistema político-económico a perpetuidad.
Lo que hoy experimentamos es la pérdida de hegemonía de los poderes fácticos tradicionales, ante el de mayor poder adquisitivo que resulta ser el narcotráfico. Sin embargo, no podemos ignorar que la forma de corromper y manipular el sistema es mucho más añeja que este.
Con la dinámica que surge a partir del trabajo de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), en la que se politizó e ideologizó la lucha contra la corrupción y la impunidad, Guatemala le dejó el camino pavimentado al crimen organizado. Independientemente de la postura que uno tenga con relación al trabajo de la Comisión, es indiscutible que esta intentó abordar la manera en la que los políticos y los poderes del Estado se dejan corromper y operan en favor del corruptor. Una Comisión, sin dientes, en contra de la corrupción será una fachada más en un sistema que se sale de control, al menos del control de una mayoría que realmente requiere de un verdadero Estado de derecho.
Menospreciar los actos de un excandidato presidencial –hoy convicto en una cárcel estadounidense–, de comulgar con el narcotráfico e intentar asesinar a fiscales y a sus contendientes electorales no es aceptable. Mi sincero apoyo al fiscal Juan Francisco Sandoval y sus colegas, jueces y demás quienes valientemente se mantienen firmes en la lucha.